jueves, 9 de diciembre de 2010

Cerrar los ojos y brindarse.

Sé que debo un texto, como finaliza la jugada en la que estoy para el tiro libre, pero hoy mi vida dice otra cosa, dice que tengo que escribir sobre esos momentos en los que hay que cerrar los ojos, jugársela, y ponerle todas las fichas a un solo número, aunque suene riesgoso.

Cuenta aquella historia que ya varios conocen que soy de cerrar los ojos, cumplir con ese ritual que parece enviado del más allá y cada día me dice cual es el camino para subir un escaloncito más, incluso ganándole al vértigo, o al miedo a equivocarse, o incluso, al miedo a prosperar.

Hay veces que me levanto y me pregunto si estará bien todo lo que hago, pero cuando veo a aquella gente que me quiere mirarme a los ojos, demostrármelo, cada uno a su manera, con una palabra de aliento, un abrazo, estando en todos aquellos momentos que los necesito, a veces diciéndomelo, incluso aquellos que suenan pesados insistiéndome con quieren verme, rápidamente esa pregunta se borra de mi mente, ante un claro y rotundo “si, está bien”.

Hay gente que se encargó de ocupar un lugar en mi corazón muy velozmente, personas que quizá nunca pensé que así sería, pero que hoy son indispensables para mi vida.

De esos seres maravillosos que me sorprenden día a día me nutro para seguir adelante cuando las situaciones parecen complicadas.

Así y todo, más que del presente, quería hablar del pasado. Contar lo que muchas veces me costó cerrar los ojos, el miedo que me produjo muchas veces, y lo agradecido que estoy de haberlo echo.

Puede que en varias de esas cosas me haya equivocado, pero en la mayoría termine acertando, el tiempo me dió la razón, y hoy sueño con un futuro prometedor de la mano de más cierres de ojos, y de más jugadas con el corazón.

Cada vez que el corazón me dijo que eso era lo que él quería hacer, le hice caso, se detuvo en una acción, una persona, un camino, y me dió momentos inigualables, momentos que ya voy a tener la posibilidad de seguir viviendo, pero hoy me toca pensar en ayudar a una de esas personas mencionadas arriba.

Mi vertiginosa vida me ha enseñado a cuidar de aquellos que cuidan de mi, me ha enseñado a ayudar a aquellos que me ayudan a mi, y eso lo tome como una filosofía de vida, hoy, más tranquilo, con mi proyecto personal ya en camino, es hora de devolverle a aquellos que me escucharon cuando lo necesitaba, que me abrazaron cuando lo necesitaba, escucharlos y abrazarlos. También aprendí a ser paciente, a no desesperarme, y a no insistirle a quienes no quieren ser ayudados.

Pero cuando me encuentro con una persona que sus ojos me dicen a los gritos “estoy por llorar” y escuchó mi llanto, y me dibujó una sonrisa, no puedo evitar sacar ese instinto de supervivencia y estrechar la mano, porque aquellos que aprendimos a forjar nuestra coraza a fuerza de golpes y de problemas, bien sabemos que cuando se nos toca la fibra, necesitamos ayuda.

Y no quiero intrometerme en la coraza de nadie, pero no voy a aguantar una lágrima más de quien me ayudo cuando estuve por explotar, es una decisión tomada.

Yo también tuve que cerrar los ojos, brindarme al destino y ver que pasaba para tomar está decisión, pero es un hecho que no voy a tolerar más el sufrimiento de quien me quiere, o por lo menos, así me lo demuestra.

Le dije el otro día a una de esas personas que me mostró que estuve acertado en arriesgar, probablemente quien más lo haya echo en este ultimo tiempo, que cuando lo que me mueve es el amor, soy muy sensible, así que voy a aprovechar este valor y brindarme para ayudar a quien me necesita, porque muchas veces, quienes aprendimos a forjar nuestra coraza, es porque no tuvimos esa contención o ese afecto, cuando más lo necesitábamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario